APRENDIENDO POR LA MALA


Conmidatoria experiencia es la de estar un par de horas con las piernas estiradas, los ojos cerrados, las manos apretadas y la boca abierta pero sin poder hablar. El incordioso aparato que talla las muelas para deshacerlas en partes como castigándolas por haber dejado de funcionar. El dolor de la aguja y los efectos de la anestesia se mezclan con un olor exclusivo mientras la brisa en los lentes te hace olvidar por un instante que tu mandíbula pasa por una prueba de resistencia a punto de estallar. Confinantes todas esas vivencias a una paciencia obligada que no tiene vuelta atrás. Y esa sanción no es exclusiva de los molares, sino de uno mismo, el que los descuidó.

Por años creí que mi dentadura era invencible, eterna, perfecta. Apenas unas semanas atrás mientras las manos de mi madre frustraban el esfuerzo de abrir una botella en medio de una reunión familiar, mi instinto demostraba su arrobo al otorgar a mis dientes el poder de abrejugos.

Y es que esa practicidad aparente a la que siempre persigo, me ha jugado chueco, pues ha abusado de mi voluntad utilizando mis dientes como corta uñas, pinzas, alicates, etc., atributos todos ellos con resultados aceptables en el enderezado de alambres, desatorado de cierres (zipers), cortado de telas, etiquetas de ropa nueva y un sin número de posibilidades que la misma reflexión de mi imprudencia no me permite recordar.

“¡Con los dientes noooo!”, “¡ten cuidado!”, son frases que me parece haber escuchado a través de los años, pero ahora compruebo que siempre lo hice con una actitud de indiferencia, pues aunque creo haber sido consciente del significado de esas palabras, parece que no creí que se aplicaban a mí.

Ya en la silla del dentista es donde toma significado el versículo Bíblico de Romanos 5:3 “el dolor produce paciencia”. Sí, es una paciencia obligada derivada del tormentoso entorno, pero tan necesaria para poder soportar. De hecho es el único alivio disponible en el momento, y muy valioso, pues se acompaña de la prueba, es decir, de una lección de aprendizaje que al final es algo positivo que perdurará después de la experiencia.

Y es que en esas dos horas de parpadeos y manos entrelazadas, mientras yacía ahí en ese sillón, pensaba en eso. Aprendí la lección y nunca más debería de pasar. Eso es esperanza, creer en algo mejor, en un futuro más agradable, donde no habrá dolor, ni llanto, ni muelas rotas, ni consultorios dentales.

“El dolor, produce paciencia, la paciencia prueba y la prueba esperanza. Y la esperanza no avergüenza, porque el amor de Dios está derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos es dado” (Romanos 5:3-5).

2 Replies to “APRENDIENDO POR LA MALA”

  1. Jaja, Suly, pues de repente me inspiro. Sobre todo en esta ocasión con la frustración de no poder salvar una muela. Por cierto si hubiese visto antes tu blog, quizás hubiese evitado la remoción de esa pieza que ahora tanta falta me hace. Voy a seguirte.

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